La crianza respetuosa como pilar fundamental. Los niñas y niñas deben crecer en entorno seguros, donde sus derechos sean tenidos en cuenta y sobre todo donde sean muy felices.
Desde hace muchos años, varias generaciones atrás, por aspectos culturales y de trasmisión de costumbres, consideraban los golpes y el maltrato como la única estrategia adecuada de corrección y crianza, mediadas estas decisiones por la demostración de poderes, por la desinformación, por la ignorancia a los derechos de los niños y la falta de conocimiento de las implicaciones que esto puede ocasionar a corto, mediano o largo plazo. Hasta se desarrollaron expresiones, muy cotidianas, como “la letra con sangre entra”. Las sociedades estaban familiarizadas con este tipo de crianza.
Años más adelante, esos mismos niños, que algunos son los padres de ahora, presentan secuelas de su niñez, aun cuando existen unos que afirman que recibieron palmadas, pellizcos y golpes y no tienen ningún trauma y debido al tipo de crianza que tuvieron, consideran que la manera más rápida y adecuada para corregir es el castigo físico, humillante y degradante. No obstante, está altamente comprobado que maltratar, pegar, humillar o amenazar ocasiona grandes trastornos emocionales y no logra la cooperación de los niños para lograr el comportamiento deseado.
Cuando hablamos de un buen comportamiento, o portarse bien, le otorgamos significados más que todo subjetivos, porque nos referimos a lo que, como adultos, de manera individual, creemos que es el buen comportamiento que debe tener el niño. Sin embargo, es real y válido que el niño tenga límites, deberes, normas y reglas con respeto y amor.
Portarse bien es cumplir con acuerdos básicos de convivencia y reconocer acciones que se pueden hacer dentro de espacios en los que coexistimos con otros seres humanos. Establecer rutinas y límites permite que los niños, niñas y adolescentes sepan qué deben hacer, qué se espera de ellos y cómo deben hacerlo.
Debemos ser conscientes y saber que la pataleta, que nos reten o “no hagan caso” es normal. Una buena manera de controlar estos comportamientos no deseados es tomarse un momento para respirar, transmitir calma y estar tranquilos. Es importante no perder el control ni ponerse bravo, perder el control de las emociones es abrir la ventana a que ellos tengan derecho a perderlo también. Ponerse bravo causará que se asuste o ponerlo de mal genio y eso hace que se aumente la frustración y la pataleta empeore. Cuando están en modo “supervivencia”, es decir en pataleta, bravos o llorando, insistirles en que se calmen una y otra vez es perder el tiempo, hay que permitirle al cerebro desahogarse y descargar toda la frustración que tiene para que pueda pensar y comprender lo que está sintiendo.
Así mismo, gritarlos cuando están en medio de una pataleta o intentar controlarlos con amenazas es tan poco eficaz como ponerse de mal genio cuando están aprendiendo a comer y riegan todo tratando de llevarlo a la boca.
El adulto es sinónimo de seguridad y bienestar para los niños y las niñas y su calma incide directamente en la tranquilidad de ellos. Nuestro estado emocional será el estado emocional de nuestro hijo. Es necesario estar disponibles emocionalmente cuando más nos necesitan, para poder regular el comportamiento no deseado que se presente.
Este tipo de maltrato ha estado validado por muchos años en nuestra cultura y desmontar imaginarios colectivos toma tiempo, requiere de un trabajo personal que desmonte estructuras cerebrales sólidas y “recablee” nuestra concepción de crianza.
Las presiones del día a día conllevan a que ante situaciones de llanto, pataleta o negación para hacer algo por parte de nuestro hijo respondamos de manera reactiva con un grito, un golpe o un castigo haciendo uso de nuestro cerebro primitivo y bloqueando nuestro cerebro racional. Este acto sucede como cuando se prende un fósforo y se da por la frustración por parte del adulto al no poder “controlar” el comportamiento de su hijo. Es una reacción primitiva que solo desde la conciencia, el autocontrol y la gestión adecuada de las emociones se puede erradicar.
Los niñas y niñas deben crecer en entorno seguros, donde sus derechos sean tenidos en cuenta y sobre todo donde sean muy felices.
Hay múltiples razones para no utilizar el castigo corporal hacia los niños y niñas, aquí se las compartimos:
Colaboración: Yaneris Acuña, Pedagoga Infantil. Especialista en Pedagogía y Coordinadora Modalidad Institucional CDI La Milagrosa.