REPENSAR LA TRADICIÓN
Por Juan Mesa
Pensar en las tradiciones que heredamos de nuestras familias y nuestros pueblos nos causa una enorme emoción, porque narran esas cosas que pasaron antes, es casi que volverlas a vivir, como dejarse provocar por el ambiente que se respira cuando interactuamos nuevamente con esas memorias que sentimos que corren por nuestras venas.
Pero así como hay tradiciones y recuerdos que queremos volver a vivir, como responsables de la educación de nuestros hijos, estamos en la responsabilidad de reconocer el cambio como algo inherente a la historia y no perder de vista que muchas de las cosas que le servían a una generación para educarla, hoy pueden no ser tan efectivas, porque los escenarios y entornos están cambiando y las necesidades de nuestros jóvenes también están experimentando una constante mutación que rara vez les permite usar las mismas estrategias para superar situaciones a simple vista semejantes.
Cuando estábamos viviendo nuestra adolescencia, sentíamos una brecha grande entre lo que nos decían nuestros padres y lo que nosotros estábamos sintiendo, pero hoy mismo estamos experimentando esa distancia generacional con nuestros hijos. El problema es que muchas veces intentamos repetir esquemas que nuestros padres intentaron con nosotros y que no funcionaron para dar respuesta a ciertos retos ¿Será que ser padre se trata de repetir patrones de conductas, solo porque nos resultan familiares?
Suena complejo, pero la manera como caemos en el sinsentido de algunas tradiciones nos lleva a veces a generar brechas en las relaciones con nuestros hijos, quienes luego se atreven a ir un poco más allá en las explicaciones, las razones y las decisiones, cuando sienten que afectan su bienestar. Explicaciones como “Aquí siempre se ha hecho así”, resultan pobres o incluso ofensivas cuando se trata de dar cuenta de lo que hacemos y es ahí donde el diálogo debe ser abierto y capaz de repensar verdades que no siempre entendemos, pero seguimos repitiendo quizá por miedo a pensar nuevas formas.
Permitámonos poner las tradiciones en el centro de nuestras conversaciones, no para imponerlas, sino para hacerles preguntas con respecto a sus orígenes y explicaciones. Cuando lo que aprendimos de nuestros padres y antepasados se cuenta y se analiza, es posible que logremos contagiar ese amor que sentimos por la historia a nuestros hijos, pero también puede suceder también que repensemos nuestras ideas, porque no se trata de tener la razón, sino de encontrar la manera de llegar a acuerdos.
Así como hay cosas que nos hacen llenar de alegría cuando las recordamos, también hemos tenido momentos y tradiciones que merecen ser repensadas y qué mejor manera de hacerlo que con aquellos con los que día a día construimos familia.
Atrevámonos a crear nuevas tradiciones con nuestros jóvenes, pero también a cargar de sentido las que más amamos y no temamos desistir de aquellas que quizá están arrebatándonos felicidad. Que allí donde algunos dices “Aquí siempre se ha hecho así” podamos responder “se puede hacer mejor”