Por: Juan Mesa
Si bien es cierto que una de las cosas que más nos cuesta enfrentar como padres es aceptar que nuestros hijos desde que nacen emprenden un camino lento hacia la independencia, el cual se empieza a mostrar cuando dan los primeros pasos, y que esta experiencia nos hace sentir muy orgullosos, también es cierto que en el fondo hay un sabor agridulce, porque cada nuevo logro nos hace ver cómo dejan de necesitar de nuestra presencia en sus decisiones.
Y si esos primeros pasos son difíciles de asimilar, la adolescencia llega cargada de un mayor distanciamiento, porque al dejar de ser sus únicos referentes empezamos a competir en nuestro acompañamiento con todas esas cosas de afuera que empiezan a tener influencia: los amigos, las redes sociales y toda la información que reciben cada día por distintos medios y que a veces parece que aceptan sin cuestionar mucho.
Como padres, al principio resulta tentador decir “no a todo” bajo el argumento de que somos la autoridad, pero esto solo genera una sensación de malestar que va fragmentando las relaciones familiares, especialmente la confianza y la comunicación, ya que nuestros hijos terminan sintiéndose en un ambiente que no les ofrece la posibilidad de argumentar, ni preguntar o defender sus puntos de vista.
Es cierto que decir “no” es parte de la crianza, especialmente cuando se trata de formar en la tolerancia a la frustración y las renuncias que debemos hacer cuando vamos en camino a conseguir nuestras metas, por eso debemos tener cuidado con la manera como llegamos a ese “no”, porque en cada conflicto que surge en la relación padres-hijos, existe la responsabilidad de ir formando su pensamiento crítico y la toma de decisiones.
No se trata de desentender nuestra responsabilidad como figuras de autoridad, sino de encontrar la manera en la que nuestros hijos crean en las reglas que construimos en familia y que se comprometan con ellas por convicción, porque la verdadera autoridad se nota cuando al estar solos, respetan sus propios límites y se mantienen fieles a sus convicciones.
ellos les estamos enseñando a construir bases para tomar decisiones
y por supuesto a vivir en libertad con responsabilidad.
Hemos escuchado que la libertad es distinta del libertinaje, pero también hemos visto cómo los límites que las personas se trazan, especialmente en la adolescencia tienden a ser cada vez más flexibles y vulnerables porque les cuesta defender aquello en lo que creen, por eso es importante que los ayudemos a construir el pensamiento crítico y sobre todo que comprendan la importancia de asumir la responsabilidad de sus acciones.
Que no se nos olvide que la familia es una escuela de libertad y las bases más importantes de dicha escuela están fundamentadas en la confianza y la capacidad de hacernos responsables de nuestros actos.