“La baja autoestima”, uno de los mayores problemas psicológicos por los que atraviesan los adultos y que se traduce en una gran cantidad de problemas en diversos ámbitos de sus vidas. Escuchamos personas que se sienten más infelices, inseguros de sí mismos, con temor a expresar sus opiniones y gustos, más vulnerables a cualquier crítica, con temor a arriesgar por miedo a fracasar, que no valoran sus propios logros, con dificultad para relacionarse con los demás… todo esto, en la mayoría de casos, sustentado en creencias y no en hechos, siendo esto muy importante ya que las creencias sí se pueden cambiar. No obstante, también existe un gran porcentaje de niños que, desde temprana edad, comienza a padecer las consecuencias de una baja o mala auto-aceptación y es allí donde radica la importancia de trabajar la autoestima, desde pequeños.
Primero, definamos la autoestima; esta se entiende como la manera en que una persona se percibe a sí misma, en cómo se evalúa y decide o no, amarse y aceptarse tal cual es. Esto depende de factores socioculturales aprendidos a través del desarrollo evolutivo. Desde la psicología humanista, «todo ser humano, sin excepción, por el mero hecho de serlo, es digno del respeto incondicional de los demás y de sí mismo; merece estimarse a sí mismo y que se le estime» (Rogers 1992).
Sin embargo, el psicólogo Carl Rogers explica que nuestra sociedad también nos reconduce con sus condiciones de valía. A medida que crecemos, nuestros padres, maestros, familiares, la «media» y demás solo nos dan lo que necesitamos cuando demostremos que lo «merecemos», más que porque lo necesitemos. Podemos beber sólo después de clase; podemos comer un caramelo sólo cuando hayamos terminado nuestro plato de verduras y, lo más importante, nos querrán sólo si nos portamos bien”.
Es por esto que las personas se aferran a la idea de complacer los estándares de los demás para sentir seguridad y tener una alta autoestima. Socialmente estamos programados por “condicionamientos”, y si logramos complacer a los otros (padres, familiares, amigos, sociedad, redes sociales, entre otros) tendremos una recompensa positiva condicionada a una sociedad que no toma en cuenta nuestros intereses reales. Una “buena” persona no necesariamente es una persona “feliz”, pero estamos condicionados a que si no alcanzamos los estándares socialmente aceptables, como consecuencia no estaremos seguros del valor que merecemos.
Fomentar una buena estima o percepción de nosotros mismos, comienza desde el hogar, cuando los padres aceptan las características físicas, las destrezas, los aspectos a mejorar y virtudes sin excepciones.
Los padres son los primeros en guiar el proceso de desarrollo integral y explicar lo bueno y lo malo, pero aun con errores deben amar y aceptar a los hijos, para que puedan comprender que la autoestima, no depende de los estándares sociales. No depende de ser buenos o malos, no depende del éxito en el colegio, el éxito en la universidad o el éxito laboral; no depende de la belleza, color de piel, contextura corporal, estatura o tipo de cabello; no depende del coeficiente intelectual, ni de la capacidad de sumar o restar, de leer o escribir; no depende de guardar su “primera vez” para el matrimonio; no depende de sus creencias religiosas o políticas; no depende de que su capacidad para escoger a sus amigos o que sean de “la mejor familia”; no depende de las habilidades para bailar, cantar, pintar, ni depende de destacarse en el fútbol, baloncesto o natación.
Recordemos que todas las personas, por el hecho de ser personas, merecen respeto incondicional de los demás y de sí mismos, merecen valorarse y estimarse a sí mismos y que los estimen, entonces, de lo que sí depende nuestra autoestima, es del amor y la aceptación que inicia desde los primeros años de relación con el mundo.
Las estrategias para potenciar la autoestima varían de acuerdo a la etapa de la vida y al rol que se desempeña:
A continuación, te brindamos unas estrategias para potenciar la autoestima:
1. Aprender a reconocer las situaciones que te generan pensamientos autocríticos que te hacen sentir incómodo o insatisfecho contigo mismo. Ejemplo: No soy capaz de exponer en público, me daría vergüenza equivocarme y que se rían de mí, nunca lo voy a hacer.
2. Aprender a reemplazar aquellos pensamientos negativos, por razonamientos funcionales para poner en marcha un “entrenamiento emocional”. Ejemplo: Sentir ansiedad ante una exposición pública es completamente normal, la ansiedad es signo de que me preocupa hacer las cosas bien, solo debo practicar y poco a poco lo voy a lograr.
3. Crear una secuencia de metas realistas que puedas cumplir poco a poco para trabajar en tu estabilidad emocional. Ejemplo: Primero voy a participar en grupos pequeños de compañeros para dar mis ideas, luego voy a participar y hacer preguntas en clase y así, voy a dar primeros pasos, para que más tarde pueda realizar exposiciones con instrumentos de apoyo que me ayuden a sentirme más cómodo al momento de hacer la exposición.
No obstante, si presenta alguno de los síntomas antes mencionados, se recomienda recurrir a la asesoría de un psicólogo especialista en clínica e iniciar apoyo psicoterapéutico. ¡Toda terapia es en sí misma, una terapia para la autoestima! Los psicoterapeutas son libres de escoger el enfoque para tratar las consultas con sus pacientes y escoger las terapias que favorezcan su proceso de potenciar la autoestima, se recomienda buscar un psicólogo con el que sienta afinidad y mantener constancia en el tratamiento.
Colaboración: Catherine Ferrer Cardozo, Psicóloga.