Cuando tenemos la oportunidad de contar cosas sobre nuestros hijos, sacamos un sinnúmero de anécdotas que nos hacen recordar a veces con orgullo y otras con un poco de vergüenza sus ocurrencias, y en algo que coincidimos frecuentemente, es que muchas veces terminamos sorprendidos porque algunas cosas que hacen parecen no provenir de algo que les hayamos enseñado, o por lo menos no conscientemente.
Constantemente nos encontramos en una lucha interior, tratando de formar una idea de lo que queremos o esperamos de nuestros hijos, los cuales, a medida que van creciendo y que sus decisiones y puntos de vista empiezan a tomar distancia de eso que les hemos querido enseñar, nos representa cierto sabor agridulce, pues por un lado vemos con dolor que nuestra participación en sus vidas sea menor, pero por otro sentimos cierto alivio al ver que cada día están formando su criterio.
Lo deseamos, por supuesto y queremos verlos cada vez más empoderados de sus vidas, pero la inevitable separación que empezamos a experimentar desde sus primeros años, con hechos tan significativos como empezar a caminar, no son nada en comparación con la adolescencia, cuando incluso la comunicación termina siendo monosilábica.
Es normal que desde que nuestros hijos son bebés, soñemos para ellos un estilo de vida y una forma de hacer las cosas, de acuerdo a lo que consideramos ideal, pero abrazar esas opciones como las únicas opciones sería muy dañino, porque podríamos estarlos forzando a optar por cosas que no se ajustan a lo que aman y al mismo tiempo estaríamos sufriendo al ver que no son felices con la opción que les elegimos sin consultar.
En nuestra experiencia hemos entendido a través de las distintas conversaciones con jóvenes, cómo se va configurando para ellos esa elección ocupacional desde la influencia que sus padres han ejercido, ya sea para apoyar, cuestionar o condicionar sus proyectos de vida. Ellos se sienten comprometidos emocionalmente con nosotros cuando no les damos lugar a que hagan sus propias exploraciones o estamos poniendo constantemente en tela de juicio eso que nos presentan como su deseo de vida.
Es verdad que muchos de nosotros estamos comprometidos con dejarlos ser, pero aún así nunca está demás recordar lo importante que es generar en nuestros hijos la confianza suficiente para que se apropien de sus decisiones y se comprometan a luchar por aquello en lo que creen y que los mueve. Tal vez eso que decidan no se parezca a lo que un día soñamos para ellos, pero ¿qué mejor sueño cumplido que aquel de ver a tu hijo amando lo que hace y al mismo tiempo con la certeza de que tiene tu apoyo incondicional?