Por Diana Peláez. Educadora. Fundadora de TiempodeCrecer.co. Directora del Centro Educativo Infantil Happy Time.
Seguramente a más de un maestro o un padre de familia le ha pasado alguna vez que al conectarse en una plataforma virtual para la educación de sus hijos, el entusiasmo de los niños no es específicamente por la clase, sino que es más bien por los profesores y los compañeros de curso. Yo lo he vivido como docente y como directora escolar en estas semanas y muchas familias de mi comunidad educativa también me lo han comentado en las conversaciones permanente que mantengo con ellas.
Ese es el poder de los vínculos que establecemos todos los seres humanos, y por supuesto, nuestros hijos.
Tanto en la interacción de estos jóvenes estudiantes con sus profesores y compañeros, como en las conversaciones que sostenemos con las familias para hacer seguimiento a los avances de sus procesos educativos hay interacciones sociales, las cuales dan continuidad a relaciones previas a esta cuarentena y que, confiamos, persistirán cuando dejemos atrás la pandemia.
Y para esto la virtualidad es clave. Y aunque es cierto que en el pasado muchas veces reflexionamos sobre la necesidad de limitar el uso de artefactos digitales a temprana edad, y eso sigue siendo vigente parcialmente, el contexto hoy nos exige repensar las cosas.
Permanecer conectados mientras estamos lejos físicamente es crucial para la formación de nuestros hijos. Y con las conexiones sociales, nos referimos a las reuniones con amigos, con pares y con familia, y a espacios de esparcimiento y de aprendizaje. Y hoy la virtualidad lo está haciendo posible.
Muy equivocadamente empezamos a llamar “distanciamiento social” a la necesidad de respetar uno metros entre las personas para prevenir la propagación del coronavirus. Pero el término que debería usarse es “distanciamiento físico”.
De lo anterior resulta claro que tenemos un reto: evitar a toda costa llegar a un real distanciamiento social, en especial cuando se trata de los niños, las familias y las comunidades educativas. Esto sería muy nocivo para las nuevas generaciones.
Autores como Bilbao, Nelsen y Bailey son tres investigadores que coinciden en su interés en la generación de vínculos por parte de los niños, algo que tiene muchísimo que ver con el contacto, que no siempre es físico. De hecho, los tres coinciden en señalar al relacionamiento social como algo esencial en una formación absolutamente libre de agresiones.
Por ejemplo, Álvaro Bilbao plantea que, para fortalecer el apego en la primera infancia se requiere, entre otras, que se expliquen cosas, tener reglas y normas, y sentirse escuchado y comprendido. Todo esto es posible en los entornos virtuales que, con un uso prudente y mesurado, pueden sostener las relaciones con entornos escolares, amigos, familiares y hasta padres o madres a los que la cuarentena les ha obligado a estar lejos, al menos espacialmente, de sus hijos.
Jane Nelsen, por su parte ha insistido, con otras voces expertas, en la importancia de que los niños estén conectados (socialmente) y desarrollen sentido de pertenencia, como requisito para lograr una disciplina positiva, sin permisividad y sin violencia. Por supuesto, en la situación actual, las pantallas son una opción para lograrlo.
La disciplina consciente va por la misma vía. Becky Bailey les da mucha importancia a las actividades de conexión que, en su criterio, permiten desarrollar amistades saludables, aumentar los periodos de atención y estimular la colaboración. Habla de hacer todas las mañanas un inicio inteligente del día en donde los niños y profesores se unan, se comprometan y se integren como grupo para iniciar la jornada escolar. Esto, afortunadamente, la virtualidad lo sigue haciendo posible
¡No podemos poner en cuarentena a las risas, los juegos, la educación, los momentos de esparcimiento, los hobbies y todo aquello que nos permite vivir plenamente felices!
Poner distancia, materialmente hablando, es de por sí un gran desafío para todo ser humano: nos hace más vulnerables a sentir ansiedad, soledad, miedo, dolor, y tener grandes costos psicológicos. Eso nos pasa a nosotros como adultos y de igual forma sucede en la infancia y en la adolescencia.
Aquí radica la gran importancia del asunto: ¡El contacto social es esencial para la salud mental y es posible mantenerlo sin cercanía física!
Debemos propiciarlo en diferentes actividades a distancia: en juegos, recetas de cocina, lecturas de cuentos, cumpleaños y actividades digitales de los jardines y colegios. Así se conecten por periodos cortos de tiempo, para los niños el hecho de ver a sus pares, hablar de temas que los convocan y compartir experiencias es, sin duda, vital para mantenerse articulados con el mundo exterior.
La invitación entonces es a darles a las tecnologías, a esas que hace solo unos meses atrás tildábamos de culpables de interrumpir nuestras relaciones sociales, la oportunidad de que nos mantengan unidos.
Debemos HUMANIZAR LAS PANTALLAS con la presencia de nuestras familias, amigos, comunidades educativas: Y con la de todos aquellos que nos permitan sentirnos acompañados y hacer más amenos estos momentos, pensando siempre en el adecuado desarrollo y bienestar de nuestra niñez y adolescencia.