La crianza no es fácil, muchos desean tener hijos con la ilusión de llevar una familia de telenovela mexicana, esas que se han ganado la fama por mostrarse perfectas, llenas de romanticismo, viajes, lujos y placeres; pero al encontrarse con la realidad de que somos seres imperfectos, se desvanece la imagen idealizada de familia, la casa en orden todo el tiempo, hijos obedientes y cariñosos, sin saber que, en la crianza está la formación de nuevos seres para la sociedad y que somos responsables de la formación y los valores de nuestros hijos.
Muchas veces nos preguntamos por qué nuestros hijos no cambian, por qué a pesar que le hemos hecho saber aquello que nos molesta, su conducta sigue siendo la misma, incluso pareciera que su atención está centrada en otras cosas y nuestra petición fue “echada en saco roto”.
Pero, ¿hemos revisado la maneja en cómo nos comunicamos? ¿en qué tono decimos las cosas? ¿busco el momento oportuno y soy asertivo al decirlas? La comunicación es el pilar de todas las relaciones en el mundo y es la que permite que nuestras peticiones sean aceptadas o rechazadas.
Cuando llamamos la atención de nuestros hijos o los corregimos para que mejoren sus actitudes, empezamos a llenar una caja de herramientas que estará surtida por palabras asertivas o gritos, abrazos o insultos, cultura, heridas, felicitaciones, hazañas, recuerdos y vivencias con sus padres, y dependiendo la situación que se les presente más adelante, usarán la herramienta que consideren necesaria. Es decir, su capacidad de reacción ante una adversidad por el resto de sus vidas, estará ligada paralelamente a lo que hayan aprendido.
Cuando logremos entender que nuestra manera de pensar y actuar está unida a lo que somos en el fondo de nuestra alma, empezaremos a revisar que herramienta queremos surtir la caja de nuestros hijos.
Nos hemos acostumbrado a exigir, hacer estrictas solicitudes de cambio, poner ultimátum, plazos, fechas fin y quien sabe cuántos métodos más para hacernos entender; sin embargo, no hemos usado el método de empezar por nosotros mismos.
Si. Leíste bien, empezar por ti mismo. Empezar por cambiar la forma en que le hablas a tus hijos, por respetar sus ideales, hablar con amor, despacio y pausado, por responder de manera dulce y amable incluso cuando un abrumador día nos consume. En ese momento y hasta entonces, podremos decir que nos hemos comunicado, porque somos conscientes que estamos formando un nuevo ser humano y que depende completamente de lo que entrego de mi para la manera en cómo afrontará su vida en el futuro.
En el mundo hay millones de padres buscando métodos, terapias de psicológicas y consultas con especialistas, y no está mal, de hecho, es nuestro deber como padres encontrar cómo podemos mejorar nuestros modelos de comunicación y aplicarlos; pero también es importante entender que están formando su carácter, su temperamento y que mientras eso sucede nos vamos a encontrar con todo tipo de actitudes que implican paciencia, amor y apego por ellos.
Si queremos que nuestro entorno cambie, debemos empezar por producir los cambios desde adentro, interiorizando que ellos tienen pensamientos, vivencias y conductas diferentes a las nuestras, esas que lo están haciendo por dentro, un ser lleno de virtudes e imperfecciones que merece ser comprendido.
Pensamos que nuestra felicidad depende del momento en que nuestros hijos cambien, pero no los apoyamos a propiciar esos cambios, y por ello vivimos esclavos de sus acciones, dependientes de las emociones que nos causan la manera en cómo actúan y perdemos la serenidad al hacer llamados de atención, incluso con órdenes sencillas.
Podemos empezar por hacer el siguiente ejercicio:
Es posible hacernos entender desde el amor y el respeto, se debe buscar un momento oportuno para replantear la manera en que te comunicas, lejos de ruido, molestias o luego de un mal día de trabajo. Se deben crear espacios armoniosos que permitan la fácil comunicación con nuestros hijos y de esta manera generar sinergia y familias sólidas emocionalmente.
Por: Ana María Peláez